martes, 11 de enero de 2011

rEbeca y eL aRcoiris (II)



Hoy lleva banda sonora...

¿Puedo echarle una mano, buen hombre?

El anciano detuvo su pesado caminar, pesado porque empujaba un carro que superaba con creces su propio peso corporal, y miró fijamente a aquél ángel de negros cabellos que le miraba como esperando una respuesta, mientras sonreía de un modo indescriptible.

Esto pesa mucho niña. Yo soy un pobre viejo que recoge chatarra, seguro que tienes algo más interesante que hacer.

Rebeca respondió: Bueno, la verdad es que salí con una idea importante en la cabeza, pero el caso es que ayudarle a usted me parece más importante en estos momentos.

Mira, te diré lo que vamos a hacer, niña. Me voy a tomar un pequeño descanso para echar un pitillo y me cuentas qué es eso tan importante que tienes que hacer. Con eso me daré por satisfecho.

Vale, dijo ella con ese aire de jovialidad que caracteriza a todas las chicas hermosas de lindo pelo negro que persiguen al arcoiris y que se llaman Rebeca.

El anciano se sentó en uno de esos marmolillos que delimitaban la carretera, de esos que se hacían cuando las carreteras se construían a pico y pala, y sacó un paquete de ducados mientras un coche pasaba a gran velocidad, difundiendo por el aire el olor a sudor del anciano, e inflando de nuevo la corta melena de Rebeca, a la que no pareció inmutar ni el olor del anciano, ni la inadecuada velocidad a la que les había rozado el coche.

Mientras encendía su cigarrillo, el viejo musitó: malditos coches, no tienen el menor respeto. Pensarán que empujo este carro por gusto... a ver dónde esperan que me meta...

Rebeca le miró con un gesto de comprensión infinita y le dijo: voy siguiendo el camino a ver si consigo pasar por debajo del arcoiris. ¿Se ha fijado lo bonito que es?

El anciano alzó la cabeza y dirigió la mirada hacia el arcoiris, que coronaba el horizonte, dio una larga calada a su cigarrillo, y tras exhalar el humo pausadamente respondió: Nunca se me había ocurrido hacer eso. Yo me limito a mirarlo de lejos... Te gustan los aramargos?

¿Aramargos? ¿Qué es eso señor? Dijo Rebeca

La flor que llevas en la mano, niña. Cuando yo era niño, durante la guerra, nos los comíamos porque no había otra cosa. El hambre era muy mala. Menos mal que esos tiempos pasaron. Ahora no me falta un buen plato de comida calentito al llegar a casa y mi pitillo.

No sabía que se llamaban así, abuelo. Me gustan, son bonitos. Cuando llega la primavera se pone todo el campo amarillo y verde, y es precioso.

No vuelvas muy tarde a casa, niña. Sigue al arcoiris, pero no te vayas a perder por el camino.... Voy a seguir yo el mío, que me queda bastante aun por recorrer, aunque no tanto como a ti.

Descuide señor, no se preocupe.

Y así, ambos, rebeca y el anciano, reanudaron su camino, portando cada uno algo nuevo que recordar y contar cuando llegaran a casa. Mientras caminaba e iba dejando atrás al anciano con su carrito, cosa que sabía porque el leve chirrido de las ruedas poco engrasadas del carro del viejo se escuchaba cada vez más lejano, fue acercándose a una aldea pequeñita que ella no conocía, porque nunca había avanzado tanto por ese camino, lo que hizo a Rebeca pensar: sí que está lejos el dichoso arcoiris. Se detuvo un momento, contempló el horizonte, respiró hondo y luego exclamó: ¡ay!

Y tras este suspiro siguió caminando, ya a no mucha distancia de la entrada de la aldea, donde un joven, sentado en el tranco de la puerta de su casa, comía mandarinas. Pero esto, como os podéis imaginar, ya es parte del próximo capítulo, que, junto con este, seguirá estando dedicado a la misma amante de las letras que el anterior.

2 comentarios:

  1. hummmm.. quiero la siguiente parte ya! y te lo voy a pedir prestao, como le pido a veces a mi (nuestro) querido Rom .. ya se me ha ocurrio utilidad :) besos

    ResponderEliminar
  2. Interesante historia... y otra vez dedicado a la misma? Estará muy contenta!

    ResponderEliminar