domingo, 26 de diciembre de 2010

eL mOmento vIllancico

Hay una residencia de la tercera edad que hace cosas interesantes, la verdad es que a lo grande, teniendo en cuenta que por sus instalaciones en los últimos días han desfilado varios coros rocieros y de villancicos, y el otro día, el recital flamenco anunciado con tímidas letras en la lista de eventos para el mes, consistía en, nada menos que, Estrella Morente (Hicieron bien: si lo llegan a anunciar con nombre y apellidos, se presenta allí toda la prensa basura, fanáticos y demás morbosos) Dicho sea ya de paso, quede aquí constancia de mi admiración recién nacida por esta mujer, que una semana después de la muerte de su padre, se presenta con el corazón partido en dos, en una residencia de ancianos a cantarles a los abuelos. Ole por ti, Estrella: Te escuché cantar por el teléfono móvil, al que me llamó mi padre emocionado.

El día 24 tocó cena. La residencia pone a disposición de los familiares la posibilidad de cenar allí con los internos, de modo que facilitó, para varias familias, unas mesas muy grandes en las que compartir cena de nochebuena con tu padre/madre, lo cual es un detalle (que no sé si tendrán en otras residencias - en esta sí-)

El menú era plato único. No se podía elegir, (muy buena filosofía, ya que los mayores no pueden comer cualquier cosa, y todo tipo de excesos y caprichos no hacen sino dislocarlos para varios días) pero muy bueno: Sopa de marisco de primero, y merluza al horno de segundo. De postre un pudding casero delicioso (que no me pude terminar, ahora explicaré por qué) y finalmente brindis con sidra el Gaitero, que es todo un clásico en estos eventos, y además un guiño al abuelo para que se pegue su "excesillo"

El caso es que ya antes se acercó por allí el párroco de la residencia, anunciando que al acabar la cena cantaríamos unos villancicos, ante la mirada de horror de algunos de los comparecientes. La amenaza era seria, ya que sentenció: luego repartiremos unas panderetas!

Mi temor no era el miedo escénico. Más bien, era consciente de la habilidad de nuestra familia para dar el espectáculo en estas situaciones. Y el show no decepcionó.

Acabada la cena, Maese Monseñor, (una de nuestras habilidades es bautizar a la gente), se acercó y ejecutó la sentencia: Todo el mundo a cantar villancicos, mientras entregaba a dos personas todo el instrumental: Varias panderetas, una especie de crótalos, y una botella rizada, que en lugar de ser una botella, era un trozo de madera, como si fuera un bate de baseball, labrado igual que una botella de anís del mono.

Curiosamente el 90% del intrumental acabó en nuestra mesa: los crótalos se los quedó mi cuñado, con lo que pensé: menos mal, este es un tio formal (qué gran error) la botella rizada a medias entre mi sobrino y una de mis hermanas, una pandereta mi hermano, que la pidió porque la chica que las repartía estaba muy buena, y otra yo, que no me acuerdo cómo porras llegó a mis manos.

Y comenzó el "show", Maese Monseñor se agarra al micro y empieza a cantar: Hacia Belén vaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa una burra RIN RIN!!!

Os prometo que había hecho propósitos de hacerlo bien, dado además, mi buen oido y sentido del ritmo, pero el escenario de pronto se convirtió en algo nada parecido a lo que había imaginado: Maese Monseñor carecía por completo de sentido del ritmo. Cantaba igual que los niños cuando no escuchan la música, y por tanto agolpan todas las estrofas. Mi hermana tiene la teoría de que estaba sordo como una tapia.

Mi cuñado tocaba los crótalos con una habilidad increible: nunca he visto tal capacidad para tocar a contrapelo, es relativamente fácil desacompasar el ritmo cuando una canción lleva ritmo, pero hacerlo cuando ya el cantante de por sí, no lleva ritmo, tiene mérito conseguir que ambos no concidan nunca. En ese momento ya sentí que el ataque de risa sería inevitable: Mi hermano ya empezaba a reirse mientras intentaba hacer ruido con la pandereta. Visto lo visto, terminé tocando la pandereta al estilo zíngaro, mientras Maese intentaba defender sus temas con más ilusión que pericia, hasta que alguien descubrió que Maese, que cantaba apasionado sobre el micro, no lo había encendido. Yo me partía de risa, y cuando llegó la camarera a preguntar si se llevaba ya el pudding, solo acerté a decirle que sí (lástima)

Y ahí es donde se produjo la catarsis, el cuadro, la escena, la foto fija:

Un hombre mayor, rodeado de sus hijos, intentando zamparse un mantecado sin tragarse el envoltorio. Uno de sus hijos tocando la pandereta como un zíngaro. Su hija, partiéndose de risa mientras les dice a los demás que el cura está sordo y se le ha olvidado encender el micrófono. El cuñado, toca los crótalos de la manera más desacompasada que sabe, mientras otro de los hijos improvisa un villancico que dice algo así como: A belén pastores, a Belén chiquillo, vamos todos a Belén y Tomasa también...

Y fue entonces cuando un servidor miró a su hermana y le dijo: Esto es una estampa digna del blog de Rombo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

uN sEncillo gEsto

Hoy, con un sencillo gesto has abierto una infinidad de posibilidades para mí que ni te imaginas. Tan simple como abrir una puerta. Y supongo que muy probablemente no te costara ningún trabajo, ni tuviera ningun mérito, pero el mérito del gesto reside en que con él, has convertido lo negro en blanco, y el cabreo en alegría... la contrariedad en agradecimiento.

Así que ahora yo quisiera ser maleable como la plastilina, hábil como un prestidigitador, flexible como un junco, y convertirme aunque fuera sólo por un rato, en esa buena noticia que estabas esperando hace tanto tiempo. Quisiera convertirme en ese zapato que te ajusta tan bien, que no te aprieta, y que te hace más alta, y consigue que te sientas más sexy. Quisiera convertirme en el hombre atractivo, inteligente, responsable y cariñoso que te hará feliz para siempre. Convertirme en el niño que ha de extraer del bombo la bola con el número del décimo de lotería que llevas en la billetera. En el soplo de aire fresco que necesitas en verano, el vaso de agua fresquita que a veces te da la vida, o la cama en la que caes rendida y que te acoge mientras piensas que un día más te has ganado ese merecido descanso.

Mi agradecimiento es infinito. Aunque no tenga ningún mérito.

martes, 14 de diciembre de 2010

mOtril

Por momentos dudo si seré capaz de aguantar mucho rato en este sofá donde tantas veces me he sentado, a charlar o ver la tele, o tumbado a dormir una siesta. La única diferencia es que ahora tú ya no estás en el sillón de al lado para escucharme, para preguntarme si quiero otra cocacola, o para contarme cómo te va por aquí...

El caso es que lo voy llevando, eso sí, sin mirar mucho hacia tu sillón, mientras contemplo todos tus muebles semivacíos en este salón lleno de cajas de cartón, y donde falta tu sempiterno televisor, desde el que, más o menos a estas horas, todos los días se asomaba Jordi Hurtado a darte esa pequeña dosis de felicidad.

Hoy he venido a resolver unos papeleos de papá, que el otro día nos dio un susto y se rompió la cadera, aunque él ya está operado con éxito. El viejo aguanta...

Así que he recorrido unas cuantas calles atestadas de recuerdos. Las mismas que hace tiempo recorria de vez en cuando para ir a hacerte algun recado, y que eran tan balsámicas para mí. Por las calles de Granada corro, me estreso... pero por estas simplemente paseaba y me relajaba, mientras tú te ponías a prepararme la comida, canturreando alguna de tus viejas canciones.

Y he descubierto que Motril ya no tiene ninguna gracia sin ti. Que tú te hiciste fuerte en este pueblo, del que tantos recuerdos de niñez tenía y que se nota en cada fachada de cada edificio que éste te echa de menos, y que sin ti no es ni la sombra de lo que fue.

Por eso no lo entenderé si el tío no te dedica un especial del Matusalén para tí sola, si el ayuntamiento no te dedica una calle.

Me he pasado el resto del tiempo sobrante de la mañana sacando fotos de cada rincón de esta casa, porque no quiero que su imagen se borre nunca de mi memoria.

Salgo a la terraza de la cocina a meter algo para comer en el microondas y Elo me ve:

"Estás resfriado, no?"

"Sí, has visto, Elo? tengo un resfriado de tres pares de cojones"

"Y no se te quita, no?"

"Bueno, supongo que se me quitará en cuanto salga de aquí"

miércoles, 8 de diciembre de 2010

nO mE mOlaría nAda sEr cOmo tÚ

En el año 1977, cuando yo tenía 7 añitos, The Alan Parsons Project sacó a la luz esta maravilla llamada "I wouldn't want to be like you", toda una lección de música funky. Hoy me he encontrado, ordenando CDs, este glorioso I Robot, asi que cogiéndolo como una galleta, lo voy a mojar en el café y me lo voy a desayunar, porque siempre que lo escucho, me pone de buen humor... disfruten...


viernes, 3 de diciembre de 2010

rEmigio

Hace días que una estúpida historietilla me da vueltas a la cabeza, y no terminaba de dar con el estilo narrativo. La inclusión reciente de una de mis fotos en el blog de Rombo (Gracias Rom!), que es cada vez más un genialmente elaborado compendio taxonómico de entrañables personajes tremendamente raros con los que en el fondo todos nos sentimos identificados, me ha dado la chispa para decidir contar la historia al estilo Rombo (aunque he de reconocer que el final es más estilo niña del sur...) Vaya, pues, como homenaje a mis dos queridos compañeros de viaje, en este curioso triunvirato que Sara ha establecido en los enlaces de su blog, de niños escritores. Reconozco que me produce una vanidad indescriptible ser el 50% de los enlaces de esta enferma de las letras.

Remigio era un viejito que habitaba en el barrio de las flores. Viudo desde hacía una cantidad de años que era incapaz de recordar, solo conservaba de su difunta Benita dos cosas: una hermosa alianza de bodas en el anular de su mano derecha (guárdala por si alguna vez pasas necesidad y la tienes que vender, solía decirle ella) y una desmedida devoción por el ahorro, que ella le inculcó. Debido a esto último, Remigio tenía una curiosa afición, que él más bien consideraba un acto de civismo: esta afición consistía en reciclarlo todo. Pero reciclarlo todo, llevado hasta el último extremo, de modo que todos los días Remigio bajaba a la plaza ajardinada del barrio, y vaciaba todas las papeleras en una especie de carrito que se había construido con una gran bandeja en lo alto, y durante horas clasificaba todos los desechos. Luego, los depositaba en su contenedor correspondiente. Obviamente, las inmediaciones de la casa de Remigio estaban limpias como una patena. Lo vecinos, que ya conocían de su afición, cuando pasaban por allí ya no se atrevían a tirar nada a la papelera (por no decir al suelo!) y directamente depositaban sus papeles, chicles, etc, en la bandeja de Remigio: Buenos días Remigio, dónde dejo esto? Es un paquete de pipas vacío...

Incluso algunos ya habían aprendido a distinguir todas las categorías de desechos establecidas por Remigio, de modo que cuando llegaban con su lo-que-fuera, lo depositaban directamente en el montoncito correspondiente.

Hace dos semanas Remigio murió, de lo que suelen morir la mayoría de los viejos: de viejo. Los policías locales que acudieron a su casa, avisados por los vecinos cuando las papeleras del parque empezaron a rebosar, lo encontraron plácidamente fallecido en su cama. En uno de sus bolsillos había una nota metida en un sobre con la inscripción "a mis vecinos". El astuto Remigio sabía ya que se moría...

La nota decía lo siguiente: No tengo familia. Por favor, reciclad mis cosas del modo que estiméis más conveniente y responsable, incluido yo.

Así que los vecinos, obedientes, repartieron entre los más pobres del barrio sus muebles, ropas, y pocas pertenencias. Incluso a él lo enterraron desnudo y sin caja, sabiendo que a él le gustaría ser poco a poco reciclado por la tierra. Las ropas que llevaba puestas se las dieron a un pobre que solía pedir a la puerta de la iglesia, a la salida del funeral. Y la alianza... la alianza se la quedó el cura.