lunes, 1 de junio de 2009

Grandes avenidas...



Grandes avenidas, calles soleadas, mucho asfalto y adoquines, antiguos sembrados, acerados y con farolas. Al fondo, la calle se interrumpe y se ve el campo: es el límite de la población. Un edificio recién construido, al borde del pueblo o la ciudad, en la acera de enfrente no hay nada, o ni siquiera hay acera de enfrente.

El sábado fui a instalar una línea en un bloque de pisos nuevo. La moda aquí es el edificio amplio, de dos, a lo sumo tres plantas, la última planta es llamada sistemáticamente "Ático"... da lustre. Para mí tienen algo mágico: como han sido construidos en el límite de la población (donde había terreno), están al borde, y por regla general son lugares tranquilos y soleados. Tranquilos porque la calle, que es nueva, no suele tener salida, sino acabar en un sembrado. Una calle que no lleva a ninguna parte, excepto al vado de entrada al garaje. Tráfico nulo. Soleados porque aun no se ha construido nada enfrente. Suelen también dar al campo, por lo que las vistas son deliciosas, y el tiempo, bueno, frío que pela en invierno, y en verano, calor achicharrante de día, fresquito de noche.

Pero lo que más me cautiva es el olor a nuevo de esos edificios. Ese olor a maderas nuevas, a yeso a medio secar, a barnices. Ese olor a "¡qué bien, cariño! por fin vivimos juntos" Todo el mundo debería de tener la oportunidad, amen de tener una vivienda digna, de poderse cambiar de vez en cuando a una nueva, para vivir nuevamente esa sensación.

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