lunes, 26 de enero de 2009

Toti



Aún recuerdo perfectamente su nombre y apellidos. Era una compañera de clase en el instituto, pero la verdad es que era algo más que una compañera. Era una amiga, pero no una amiga cualquiera, era una amiga de confianza. Nuestra relación carecía por completo de amor o de deseo, carecía de cualquier atracción que no fuera la intelectual. No había atracción física, ni sexual, ni sentimental. Sólo me preocupaba por ella y por lo que le pudiera pasar, y ella por mí, y por lo que me pudiera pasar.

Durante un tiempo fuimos uña y carne. Ella me contaba sus cosas, y yo a ella las mías, esas típicas cosas que no le cuentas a cualquiera, o mejor dicho, que no le cuentas a nadie. Pasabamos eternas clases de todas las asignaturas sentados juntos mandándonos notas, escribiendo frases en el mismo papel, escribíamos las letras al revés, como si estuvieran reflejadas en un espejo. Nos poníamos letras de canciones que nos gustaban, aunque nuestros gustos eran bastante diferentes. Lo mismo una mañana ella me contaba lo que había soñado, que yo le contaba que había una tía que me gustaba y no sabía cómo acercarme, y ella me escuchaba, yo sabía que me escuchaba, yo SENTIA que me escuchaba, y que le importaba lo que le contaba.

Éramos confidentes, nos pusimos las almas el uno en las manos del otro, y nos dedicamos a hacer cada uno por el otro lo mejor que sabíamos: respetarnos, escucharnos, consolarnos, ayudarnos, comprendernos, animarnos, defendernos...

Quizá alguna vez pensé que aquello sería eterno. Me juntaba con alguien con una personalidad tan hermética para los demás, y que me entregaba cosas mucho más importantes que toda esa mierda a la que muchos llaman amor, y a cambio recibía todo lo que le podía dar alguien que sólo pensaba en ser para ella un amigo de verdad, porque apreciaba por encima de todas las cosas la autenticidad de los valores que sólo ella y yo parecíamos comprender. No digo que fueramos cada uno lo único para el otro, pero sí que durante un tiempo nos buscábamos a todas horas y deseabamos confiarnos todo lo que nos había pasado desde el día anterior. Ella, guapa, atractiva, adorada y deseada por muchos, se pasaba las horas con esa especie de freak extraño al que nadie comprendía, porque siempre iba contra corriente. Nos reconocíamos como personas, y nos reíamos de la gilipollez y la simpleza de toda la chiquillería adolescente y superficial que nos rodeaba. Creo que esa era la clave de todo. Creo que nos queríamos como hermanos, como almas gemelas, o como almas siamesas, no sé... Éramos una comunidad de intereses mútuos, y nos defendíamos mútuamente a muerte.

El tiempo, el fin del instituto, nos separó, aunque creo que hicimos algun tímido intento por evitarlo, sin mucho éxito. Nunca estuve en su casa, y no recuerdo si ella estuvo o no en la mía. Sin más, con el tiempo dejamos de vernos y se acabó, sin traumas, sin lágrimas, sin añoranzas...

De un tiempo a esta parte creo que empiezo a recuperar aquella sensación...

3 comentarios:

  1. Qué bonito! Y no has vuelto a verla en todo este tiempo? No sabes qué ha sido de ella? Sería bonito encontrarte con ella de nuevo.

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  2. Es una lástima que esas cosas se terminen. Deberían durar eternamente, pero por desgracia, la mayoria de las veces sólo son épocas.
    Al margen de eso, lo has redactado precioso. Mis más sinceras felicidades por tu artículo.

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  3. Seguro que no será la única rayajo... algunas personas necesitamos vivir esa sensación durante nuestra vida. La piel de gallina de la emoción. La descripción es real. ¡FELICIDADES!

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